Mi hijo se quiere apuntar a ballet y mi ex no le deja
Mi hijo se quiere apuntar a ballet y mi ex no le deja
Alicia García Herrera
Las actividades extraescolares son una parte importante del ocio del menor. Casi nunca se consideran solo un mero entretenimiento, sino que tienen una vertiente educativa para el niño o la niña, ya que contribuyen sustancialmente a potenciar su desarrollo físico o cultural. Estas actividades ayudan también en numerosas ocasiones a que nuestros hijos descubran aficiones que les van a acompañar de por vida o que, incluso, pueden llegar a constituir su verdadera vocación, hasta sentar las bases de su profesión futura. Tienen también una ventaja integradora, por cuanto permiten que los menores socialicen en entornos diferentes a la familia, el colegio, o la comunidad religiosa, y adquieran nuevos valores que redundan en su enriquecimiento humano.
En los casos de separación parental, las actividades extraescolares pueden ser una fuente inagotable de conflicto entre los progenitores, por cuanto requieren para su práctica del consenso y la colaboración de ambos. Estos no solo habrán de abonar los gastos de la actividad por mitades sino que deberán invertir también una parte de su tiempo en acompañar al menor durante los horarios de práctica de la actividad, lo que exige tiempo y recursos para conciliar.
Solucionados estos problemas prácticos, la elección de la actividad extraescolar del hijo o de la hija debería ser consensuada entre ambos padres teniendo en cuenta las capacidades y gustos del menor, para evitar que la extra se convierta en una especie de guardería improvisada o aparcadero de niños. Los padres han de escuchar a sus hijos e hijas y valorar si la inversión de tiempo y esfuerzo en las actividades que se le proponen va a resultar enriquecedora y no se trata tan solo de un capricho momentáneo o algo que se hace por influencia del entorno, por presión de los padres, de los amigos, expectativas irracionales de éxito y de profesionalización por parte de alguno de los padres, etc.
Puede ser que una de las actividades que demanda nuestro hijo sea incompatible con cierta clase de valores profundamente arraigados en uno de los padres, valores que tienen que muchas veces con un reparto tradicional de los roles en función del género y de los que nacen prejuicios. Estos valores y creencias saldrán a la luz si nuestro hijo realiza actos que implican una oposición frontal a los mismos, dejando abierto el conflicto. Un ejemplo lo tenemos cuando el niño exige asistir a clases de ballet o cuando la niña decide tomar lecciones de fútbol o jiu-jitsu. Se trata de actividades asociadas en el imaginario colectivo a un género, el femenino y el masculino respectivamente, y algunos padres pueden considerar que tras la petición de su hijo o de su hija lo que subyace en realidad es una falta de identificación con los valores tradicionales. asociados. a su sexo, temiendo entonces el juicio social negativo incluso el condicionamiento prematuro de la orientación sexual. Es muy ilustrativo para este caso la película Billy Elliot, que refleja las dificultades familiares y sociales que tuvo el bailarín de origen inglés Philip Mosley para asistir de niño a clases de ballet. De esas clases y el perfeccionamiento de sus habilidades surgió, sin embargo, una vocación y una profesión. Philip Mosley supera los 50 años de edad y se ha convertido en una estrella muy importante dentro del London Royal Ballet.
No es necesario aspirar, ni siquiera desear, que nuestro hijo se convierta en un nuevo Philip Mosley si nos pide tomar clases de ballet o en un nuevo Ilia Topuria si lo suyo es el MMA. Como en otras actividades hemos de valorar ante todo el bienestar del niño o adolescente y ver cómo influye esta actividad en su desarrollo. Si sus capacidades motrices son aceptables, si se trata de una actividad que le resultará placentera, si es compatible con las exigencias escolares, si por su carácter creemos que va a estar cómodo con sus compañeras, si podemos adaptarnos al horario ya la inversión económica que supone la actividad, los prejuicios de género o cierta clase de temores sobre el juicio social o las tendencias sexuales futuras no deben disuadirnos. Cuando uno de los dos padres no quiere implicarse con las clases de ballet de su hijo y se opone frontalmente a que asistente deberíamos conocer las causas del rechazo mediante un diálogo sano, abierto y sincero donde queden expuestos sobre la mesa las causas verdaderas de la negativa. . , haciendo ver sin enfadarnos al padre que se opone lo irracionales que resultan hoy día cierto tipo de creencias en una sociedad igualitaria y no discriminatoria. Nuestro objetivo como padres debería ser educar niños sanos y felices, tolerantes, consecuentes con sus elecciones y resilientes. Si el diálogo con el otro progenitor no funciona, podemos solicitar figuras de auxiliar como mediador y si el conflicto es alto recurrir también al coordinador de parentalidad. El juez en los casos de familia ha de ser el último de los recursos, pues recordemos que la judicialización de los conflictos entre los padres repercuten indefectiblemente en el bienestar de los hijos, por lo que suponen de inversión en medios económicos y estrés ante los elevados. . niveles de incertidumbre sobre la resolución, con una reducción de su calidad de vida. Gane quien gane, quien pierde siempre es el menor.
